martes, 11 de mayo de 2010

El emperador Carlomagno se enamoró, siendo ya viejo, de una muchacha alemana. Los nobles de la corte estaban muy preocupados porque el soberano, poseído de ardor amoroso y olvidado de la dignidad real, descuidaba los asuntos del Imperio. Cuando la muchacha murió repentinamente, los dignatarios respiraron aliviados, pero por poco tiempo, porque el amor de Carlomagno no había muerto con ella. El emperador, que había hecho llevar a su aposento el cadáver embalsamado, no quería separarse de el.
El arzobispo Turpín, asustado de esta macabra pasión, sospechó un encantamiento y quiso examinar el cadáver. Escondido debajo de la lengua muerta encontró un anillo con una piedra preciosa. No bien el anillo estuvo en manos de Turpín, Carlomagno se apresuro a dar sepultura al cadáver y volcó su amor en la persona del arzobispo. Para escapar de la embarazosa situación, Turpín arrojo el anillo al lago Constanza. Carlomagno se enamoro del lago Constanza y no quiso alejarse nunca mas de sus orillas.


Seis propuestas para el próximo milenio. Italo Calvino

1 comentario:

Rosa Roja dijo...

quien tuviera ese anillo...
Saludos